La República, “tratado de educación más
bello jamás escrito”, tal como lo define Rousseau en El Emilio, nos describe el
modelo educativo propio del régimen político ideal. Se trata de un modelo
selectivo en el que aquellos individuos peor dotados por naturaleza (aquellos
en los que dominan las almas irascible o apetitiva) van siendo excluídos,
asignándoseles así la función que les es específica.
En este proceso, el libro III resulta esencial. Platón nos
muestra en qué consiste la primera educación que deben recibir todos los niños.
Pues bien, esta primera educación, basada en la gimnástica y la música, se basa
en una censura sistemática de todo aquello que no debe ser enseñado.
Ya ahí, en esas sesgadas enseñanzas, se halla presente la
mentira que, de forma explícita, es presentada como prerrogativa exclusiva de
la clase dirigente:
-Pero también la verdad merece que se la estime sobre todas las cosas. Porque, si no nos engañábamos hace un momento y realmente la mentira es algo que, aunque de nada sirve a los dioses, puede ser útil para los hombres a manera de medicamento, está claro que una semejante droga debe quedar reservada a los médicos sin que los particulares puedan tocarla.-Es evidente -dijo.-Si hay, pues, alguien a quien le sea lícito faltar a la verdad, serán los gobernantes de la ciudad, que podrán mentir con respecto a sus enemigos o conciudadanos en beneficio de la comunidad sin que ninguna otra persona esté autorizada a hacerlo. Y si un particular engaña a los gobernantes, lo consideraremos como una falta igual o más grave que la del enfermo o atleta que mienten a su médico o preparador en cuestiones relacionadas con sus cuerpos, o la del que no dice al piloto la verdad acerca de la nave o de la tripulación o del estado en que se halla él o cualquier otro de sus compañeros.-Nada más cierto -dijo.-De modo que si el gobernante sorprende mintiendo en la ciudad a algún otro de los que tienen un arte en servicio de todos, ya adivino, ya médico o ya constructor de viviendas, le castigará por introducir una práctica tan perniciosa y subversiva en la ciudad como lo sería en una nave.-Perniciosa, ciertamente -dijo-, si a las palabras siguen los hechos.Platón, La República III, 389b-d
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Condorcet |
En realidad, esto ha sido una
constante en la historia. Por eso llamo la atención sobre dos textos de
evocador título que aparecen juntos en un volumen editado por el diario
Público: “El arte de la mentira política”, atribuido primeramente a Jonathan
Swift (ese escritor político y satírico irlandés al que todos conocemos como
autor de Los viajes de Gulliver); y “¿Es conveniente engañar al
pueblo?”, de Condorcet, el filósofo, político y matemático cuyo trágico final
simboliza las contradicciones inherentes a toda revolución y, más precisamente,
a la Revolución Francesa de 1789.
(Recomiendo a todos la
lectura de dichos textos. En cualquier caso, adjunto los enlaces a través de
los cuales puede accederse a la introducción de ambos textos en la edición de
Sequitur)
Quiero, no obstante, proponer una reflexión a
propósito de nuestro tiempo, del aquí y ahora de la realidad política española
y europea principalmente. Si reflexionamos sobre la democracia actual (una
democracia meramente representativa) en la que la participación
ciudadana (el demos) ha sido prácticamente reducida a la elección de unas
élites que, una vez elegidas, no tienen que rendir cuentas ante nadie -estando
legalmente liberadas de cumplir sus compromisos-, ¿no estaríamos legitimando el
arte de la mentira política?
Os
animo a que reflexionéis en voz alta y respondáis a esta cuestión en el blog.
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